sábado, 1 de septiembre de 2007

El Oftalmologo en Nueva York





Llegaba a Nueva York, en el avión que me trasladaba desde Madrid, sentía una mezcla de emoción y alteración. Habían pasado 4 años desde mi última visita a esta hermosa ciudad.
Días antes, un astrólogo al que había consultado por primera vez, me había indicado, que en la ciudad de los rascacielos, éste verano mi vida cambiaría, siempre y cuando celebrara mi cumpleaños allí.

Así pues, decidí tomar el consejo y enrumbarme a esa aventura, un tanto ingenua de mi parte, tenia unos 3 años dedicado solamente a mis pacientes y a mis dos hijos pequeños durante los últimos veranos.
Este año, me habían pedido quedarse con su madre, no le tocaba el verano a Manuela, pero cuando los niños se convierten en adolescentes, ya prefieren la playa y las pandillas... no quise insistir y mi curiosidad me llevó a tomar la idea de averiguar lo que me habían predicho.

Desde el avión, divisé claramente la silueta de esta hermosa ciudad, hecha íntegramente por el hombre, el Empire State, la torre Chrysler, noté la diferencia al no ver las Torres Gemelas.

Llegué al Hotel en Park Avenue al que siempre acostumbraba alojarme, en pleno corazón de Manhattan, dejé mi equipaje, salí a caminar, a reencontrarme con esta ciudad mágica, impersonal pero fascinante, “lo que no ven tus ojos en Nueva York, no existe”, decía mi padre.

Caminando por la calle 60 veía y observaba las caras de los que se me cruzaban, chinos, latinos, árabes, nórdicos, unos flacos, otros obesos, altos, pequeños y enanos...

Llegué a la Quinta Avenida... hacía muchísimo calor, unos niños se bañaban en la fuente frente al Hotel Plaza.Tomé camino hacia abajo, seguí observando a la gente... era fácil distinguir los que habitaban la ciudad por su caminar rápido y decidido de los turistas, que hacían su primera visita, mirando todo el tiempo hacia arriba viendo los edificios y sorprendidos de la altura y belleza de cada uno de ellos, Trump Tower, el Rockefeller Center...
Continué mi recorrido y me paré frente a la Catedral de San Patricio, donde decidí tomar un descanso, me senté en las escalinatas y seguí deleitándome viendo a la gente pasar.

Hermosas mujeres bajaban de grandes limusinas negras, elegantemente vestidas, con bolsas de diferentes tamaños Gucci, Saks, Big Brown Bag...
Ejecutivos con rigurosos trajes negros, a pesar que en el resto del país, en verano los americanos son más informales.

En la calle de enfrente pude observar un grupo de niños con camisetas iguales, me di cuenta de inmediato que venían de algún colegio foráneo, a conocer la ciudad.

Seguí caminando, crucé hacia la avenida Madison, subí lentamente hasta llegar de nuevo a mi hotel.
Ya eran las 9:30 de la noche y ya el cuerpo me pedía algo de cenar.
Entré al lobby del pequeño y acogedor hotel, recubierto de madera sus paredes con un pequeño recibidor a la derecha, saludando me dirigí al mostrador donde atendían una morena de bellos ojos almendrados y el conserje.
-Qué posibilidad hay de hacerme una reservación para cenar mañana en el Restaurante La Grenuille? les pregunté.
-Si con todo gusto ¿a que hora? me respondió el joven.
-A eso de las 9 y media por favor.
Es un lugar que siempre me ha gustaba ir desde mi época de estudiante en Cornell University haciendo mi postgrado de medicina, tiene buena comida y un ambiente muy agradable.
También les pedí que me hicieran la diligencia de conseguirme entradas para ir al teatro o algún play musical. Me sugirió dos piezas “Nine”; y “La Bella y la Bestia”, prometió hacer todo lo posible por encontrarme algún ticket.
-Como sólo voy a pasar 7 días, le contesté, usted vea a ver que me consigue para 3 noches, lo dejo a su elección.

Entre a mi cuarto, tomé el teléfono y pedí una cena ligera antes de acostarme.

A la mañana siguiente salí dispuesto a trotar un par de horas, llegando al Parque Central , me topé a muchos que hacían ejercicio como yo, unos caminaban, otros iban en patines, en bicicletas, mujeres con sus audifonos al ritmo de la música, algunas madres paseando sus bebés y uno que otro con su perro, en el jardín más grande se divisaba un perro corriendo tras un fresbee que le lanzaba su dueño.

Así comenzó mi segundo día en esta ciudad, con un cielo azul intenso, visitando alguno de los museos donde pasé el resto de la tarde, y ya a las 6.45 estaba frente a la puerta del teatro en Broadway para ver la obra “Nine” que protagonizaba mi compatriota Antonio Banderas.
La obra resultó maravillosa, bien montada, excelente elenco, buena música, elegante vestuario y escenografía de primera.
Al salir tomé un taxicab amarillo de los típicos de la ciudad y me llevó a comer al restaurant.
A eso de las 12 de la noche llegaba de regreso al hotel, no tenia sueño y me preguntaba;
-Han pasado dos días y sigo siendo el mismo, nada ha cambiado, ni ha llegado lo que cambiará mi vida, pura charlatanería...

Antes de dormir, decidí pasar al bar del hotel a tomarme un trago. No había casi gente a esa hora pero la música era agradable, me senté en una banqueta de la barra y pedí un whisky en las rocas.

Al rato veía como algunas parejas iban saliendo, a mi lado se sentó un señor bastante nostálgico que desde hacia rato observaba y me parecía su cara algo familiar.
Lo vi hablar español con el bartender, su familiaridad me hizo suponer que era asiduo al lugar, así que decidí presentarme:
-Veo que habla español, disculpe si le molesto, extendí mi mano y dije: Rodolfo Martínez Issa
-No se preocupe, mucho gusto, mi nombre es Luis Fernando... me dijo, en este momento lo que necesito es alguien con quien conversar, vivo cerca y cuando mi esposa no esta en la ciudad, a veces vengo a tomarme un trago antes de irme a la cama.
-¿Y donde esta ella?.
-Esta en nuestra casa en Pietrasanta, debe volver en 6 días.
-Soy español, llegué ayer y me quedaré por una semana.
-Viví en Madrid cuando joven, hice mis estudios allí, soy colombiano de Medellín, cuando no estoy viajando vivo parte aquí y la otra en Bogotá.

Pasaron un rato conversando de la ciudad, de lo que lo había hecho venir a Nueva York, hasta que Rodolfo le abordó el tema.

-Disculpa si te tuteo, pero te siento algo deprimido y angustiado, si te apetece soy todo oídos, a veces el hablar hace mitigar la pena.
-Pues si lo estoy, tengo severos problemas en la vista, todo comenzó cuando niño, durante muchos años pensé que era a raíz de las volteretas que me habían dado los novillos durante el tiempo que estuve en la escuela de tauromaquia, ya después de un viaje a Washington a la edad de 25 años, se me fue agravando el problema y me tuvieron que operar.
Pase dos años recuperándome y tuve que trabajar como profesor universitario en Arte mientras se saneaban mis ojos, fue una enfermedad muy rara, una deformación en la cornea, y para no perder la visión me operaron y me pusieron unos lentes intraoculares.
Ya han pasado casi 46 años y esta tarde fui al oftalmólogo y me dijo que tenia que quitarme las lentillas.
-Luis Fernando yo soy oftalmólogo y hoy en día la ciencia y la tecnología están sumamente avanzadas. ¿Qué te dijo él medico para que estés tan preocupado, cual es él diagnóstico?
-Soy pintor, tengo 71 años y no puedo perder el tiempo.
-Con razón su cara me era conocida, ¿usted es Fernando Botero?
-Si así es pues, desde que me operaron, por un error de fabricación en las lentillas, comencé a ver a todos gordos, como los pinto en mis cuadros. Estoy en la cúspide de mi carrera artística y de una creatividad y producción impresionante, no quisiera dejar de pintar, ni dejar de ver mi mundo lleno de personajes sensuales.
-Fernando no te preocupes la medicina esta a punto de sacar unas corneas sintéticas, yo vengo trabajando en ellas en algunos humanos y creemos que para Enero ya será publico el descubrimiento.

Rodolfo pasó el resto de la semana entre el estudio de Fernando, cenando y conversando con él. Hablaron de la vida, de la profesión y de su enfermedad, y concretaron la posibilidad de la operación para después de Navidad.

Fernando llegó a principios de Febrero a una Barcelona invernal, su hija ya casada, vino de Venecia para acompañarlo. Esa misma semana Fernando y su esposa se alojaron en un hotel cerca de Pedralbes.
Por las mañanas solían ir a la clínica del Dr. Martínez Issa a realizarse los exámenes pre- operatorios, en las tardes paseaban por el Parque Weil, el barrio gótico, el centro y los museos, por las Ramblas, disfrutaban de las casetas de flores de los pájaros de colores. Bajando hacia el puerto a la derecha visitaban el mercado, lleno de mariscos frescos recién sacados del mar y toda clase de pescados, a Fernando siempre le interesaban esos lugares en busca de inspiración de lo cotidiano.
Un domingo visitaron la catedral, donde se encontraron a un grupo de la tercera edad bailando la sardana.
Por las tardes paseaban por el Maremagnum y cenaban en los cafés del Puerto.

Una mañana mientras visitaban el museo de Miró, en Montjui, al salir los sorprendió ver varios fotógrafos que ya tenían conocimiento de su visita a la ciudad.

-¿Sr. Botero, vino de vacaciones? lo abordaron los periodistas.
-Si si, vine con mi esposa a descansar
-¿Hasta cuando se quedaran entre nosotros?
-Mi visita será por una semana en Barcelona, luego estamos invitados por unos amigos a pasar unos días en la Costa Brava.
-¿En que pueblo Sr. Botero?
-Iremos a Saint Andreu de Llavaneras.
-Gracias Sr. Botero que disfrute de Cataluña.

La operación duro varias horas, poco antes de que finalizara, ya se había corrido la noticia por toda la prensa de la ciudad, tanto española como internacional, la que se volcó frente al hospital.
Habían recibido la noticia de que Fernando Botero estaba en una hospital de Barcelona, la intriga y curiosidad no los dejó esperar, no sabían la verdadera razón, al principio el chisme corría... que era un infarto, otros comentaban de un accidente de transito pero al llegar a la antesala del Hospital Provincial Clinic, conocían la verdadera razón de la estadía de Botero en Barcelona.
Los directores del mencionado hospital dispusieron todo para una rueda de prensa improvisada.
Al finalizar la tarde salió el Dr. Martínez Issa del quirófano, conversó un rato con los familiares, sobre el éxito de la operación, solo se debía esperar 1 mes y luego podrían regresar a su casa en Bogotá.

Acto seguido conversó con el director del hospital Dr. Alberto Baldó quien les comunicó de la cantidad de medios que esperaban por unas palabras suyas y que era buena la ocasión para comunicar públicamente el nuevo invento del equipo.

Se dirigieron al improvisado salón acompañado del director.

-Buenas tardes amigos de la prensa, soy el Dr. Rodolfo Martínez Issa, jefe del equipo del servicio de cirugía oftalmológica de este hospital, es para mi equipo y la dirección del hospital un placer que el Sr. Fernando Botero nos haya escogido para venir a operarse de los ojos, en nuestra institución. Es muy importante que un artista de su categoría se prestara a ser uno de los primeros pacientes en ser operados con nuestro nuevo invento.
Los periodistas le preguntaban:
- ¿Docto, Doctor, es usted amigo del Sr. Botero?
- Sí desde hace algún tiempo.
- ¿Doctor y en que consiste la operación que se le ha realizado?
- Le hemos sustituido su cornea original, por una sintética.
- ¿En un ojo, o en los dos ojos?
- En los dos.
- ¿Doctor esta nueva tecnología hará que muchos recobren la visión.?
- Pues si ayudará a muchos con deformaciones en la cornea, con rechazo a transplantes de cornea humana, y a aquellos con problemas de cicatrización.
- ¿Doctor cuantos días pasará el Señor Botero con nosotros?
- Se quedará hasta que le quitemos los puntos y le terminemos las curas, aproximadamente 1 mes. Muchas Gracias por su interés y si quieren saber más detalles les haremos llegar toda la información a través de nuestro departamento de comunicación. Buenas noches.

La prensa mundial al día siguiente sacaba la noticia en los principales diarios y noticieros de todo el mundo.

El Dr. Rodolfo Martínez Issa, comenzó a dar conferencias en las mejores universidades del mundo, cientos de pacientes se sometían a la operación en sus clínicas de Barcelona y Madrid.

Cada vez que pasaba por Nueva York visitaba el estudio de Fernando Botero, con quien mantuvo una excelente amistad.
Seis meses después de la operación recibió de regalo de su amigo, su último cuadro “El oftalmólogo de Nueva York”.

Pasaron los años y siempre recordó las sabias predicciones del Astrólogo Inglés.

La Sorpresa de Volver




Paseando con su bastón por los caminos llenos de cafetales, va Don Eduardo recordando esos años, cuando fundó con entusiasmo la hacienda “Raca-Raca”.

Tenía 45 años eran días de gran revuelo en la capital y comenzaba a pesar en sus espaldas, los largos días de trabajo en la fabrica.


Es para esa época a comienzos del nuevo milenio, que Don Eduardo decide buscar un terreno en las montañas para salir los fines de semana del torbellino caraqueño y aislarse con su familia, compartir con ellos y la naturaleza.

Nunca pensó que ese lugar cambiaría su vida y que sería el escenario para sus mejores y peores recuerdos.

Todos los viernes Eduardo y Titina esperaban a sus 4 hijos a la salida del colegio, terminaban de empacar, montaban las maletas en la camioneta y, así tomar los 35 minutos de carretera que con la alegría de cantos y juegos los conducía a “Raca-Raca”.

Uno de esos fines de semana, estaban todos sentados en la terraza donde divisaban un grupo de montañas verdes, se sentía el suave aroma de las flores de Doña Titina, ella tejía un sweter de lana pura que vendía ocasionalmente en las tiendas de artesanía del pueblo vecino, Don Eduardo leía un libro de cuentos fabulados de su escritor español preferido, que guardaba celosamente en el baúl del rincón de su cuarto, oían a distancia las risas y la algarabía de los niños en el jardín.

Doña Titina le comenta angustiada a Don Eduardo:
-Viejo, siento que me camina un animal por la espalda, ¿ revísame a ver que es?
-No veo nada comenta, por donde?
-Ahora esta cerca del cuello, apúrate! Ahhhhhh

Doña Titina comienza a sentirse mal su piel enrojecía, comenzaba a hincharse, escalofríos y sudoración corría por todo su cuerpo y de pronto cayó al suelo.
Don Eduardo pegó un grito, los niños corrieron en su búsqueda, gritaban mientras con el periódico que agitaban le echaban aire.


Pasado un tiempo llegó el médico del dispensario del pueblo, que fue avisado por uno de los peones, después de tomarla y llevarla a la habitación, oscultarla y verificarle los signos vitales les da la terrible noticia que no había nada que hacer, Doña Titina había muerto, producto de una picada de escorpión.

Pasaron 5 años y Don Eduardo y sus hijos no habían querido volver a “Raca-Raca” después de la muerte de Doña Titina.

Un Carnaval decidieron que era el momento de regresar y reencontrarse con los recuerdos, ese lugar que para ellos estaba lleno de anécdotas maravillosas, donde en las tardes correteaban por los cafetales, los paseos por el riachuelo donde recogían renacuajos y llegaban todos mojados a casa, por las noches armaban rompecabezas o jugaban a las cartas...

La primera noche empezaron a oír la brisa fuerte dentro de la casa, pasos que iban y venían de la cocina al cuarto, Teresa la más pequeña de las hijas no podía dormir, se asomaba a ver quien era y comprobaba que no era nadie.
Al rato vuelve a oír pasos y el ruido de la mecedora, le comenta a su hermana mayor Elena, que comparte la habitación con ella.

-Elena oyes el raca-raca de la mecedora?
-Si, Teresa, vamos a ver quien es.
-Yo acabo de salir y no vi nada.
-Vamos de nuevo, te acompaño despasito, juntas las dos.

Salieron sigilosamente tomadas de las manos y agachadas, bajaron las escaleras y al llegar al salón brincaron y prendieron la luz, vieron la mecedora moverse raca-raca pero no había nadie en ella.
Subieron de nuevo a su cuarto, se acomodaron en las camas se vieron las caras donde no ocultaban el miedo.
Dejaron la luz de la mesa de noche encendida y se quedaron profundamente dormidas.

A la mañana siguiente salieron a pasear y no contaron a nadie, nada de lo sucedido la noche anterior, para que sus hermanos no se burlaran de ellas.
Después de pasar la noche en la fiesta de Carnaval del pueblo, viendo las carrozas, las comparsas y bailando, regresaron casi cerca de la medianoche de nuevo a casa, se despiden con besos y bendiciones y cada uno se va a su cuarto.

Elena y Teresa estaban ya listas a acomodarse en las camas, cuando de nuevo oyen el ruido de la mecedora del salón raca-raca, raca-raca...
Se miran y sin decir palabra, caminan hacía la puerta igual que la noche anterior, bajan al salón, encienden la luz y no ven nada sobre la mecedora.
Suben al cuarto y deciden dormir en la misma cama, Teresa se tapa con la almohada la cara, cuando de pronto Elena le dice al oído.

-Teresa no puedo dormir.
-Elena, haz como yo tápate los oídos con la almohada.
-Es que siento que me ahogo, no sólo por el susto sino porque mi corazón late tanto, que lo oigo y no me puedo dormir.
-No seas boba, duérmete.

Al rato el ruido del salón venía cada vez más duro, así lo sentía Teresa, deciden esta vez bajar arrastrándose por el suelo, ya en el salón muy cerca de la mecedora encienden la luz.
- AHHHHHHHHHHH gritan las dos.

Cual sería su sorpresa al ver a Lulú brincar desde la mecedora a la ventana. Lulú era una gata siamesa blanca, había desaparecido el mismo día de la muerte de Doña Titina, siempre los acompañaba en cada viaje a la finca pero que por los acontecimientos del último, no pudieron esperar a que apareciera y se regresaron sin ella.
Ellas comienzan a reírse sin parar y a gritar
-¡Es LULU lulu, lulu...!

Don Eduardo baja junto a los hermanos al oír el escándalo de las niñas.
Ellas le cuentan lo sucedido y al rato ven entrar a Lulú quien cariñosamente se les acerca.
Elena y Teresa desde esa noche no creyeron más en cuentos de fantasmas y aparecidos y siguieron regresando a ”Raca-Raca” cada vez con más frecuencia, acompañados amigos y de Lulu, quien regresó con ellas a Caracas.


Cuento infantil


LA PRINCESA DE VAINILLA

Había una vez una princesa que vivía en un país lleno de praderas y bosques, que olía a vainilla.
Era dulce y cariñosa, tenía una voz melodiosa y cantaba con su arpa todas las tardes desde el balcón de su cuarto.
Muchas veces, veía cruzar por el jardín que daba a su balcón; a una bello corcel blanco, con fina silla y sobre ella, un viejo jorobado que la observaba.
A ella siempre, el corazón le saltaba del susto por la intensidad de su mirada y corría hacia adentro y cerraba las puertas del balcón.

Un día le preguntó a su nodriza.
- ¿Quien sería ese jorobado que venia a oír su canto?
Rebeca, la nodriza le contestó.
-Debe ser Don Bartulio, nuestro vecino.

Don Bartulio, era un gran administrador y había convertido el feudo que recibió de su padre en un lugar donde todos los labriegos vivían de la cosecha de cacao y donde las familias se sentían contentos y felices.
El rey había perdido a su amada hacia un año, eso lo había sumido en una profunda tristeza y no tenia fuerza para luchar más contra la sequía y míseria que embargaba al reino.

Una noche llamó a la princesa y le dijo:
-Dulce hija mía, nuestro reino esta pobre, las deudas acabarán con todo. Para solucionar este problema y no ver a nuestro pueblo morir de hambre, he decidido aceptar la proposición de Don Bartulio de entregarte en matrimonio.
La princesa comenzó a llorar, lagrimas con olor a vainilla.
El rey le dijo.
-No llores hija amada, estoy seguro que él será un buen esposo y tu encontrarás la felicidad sabiendo que lo haces por tu pueblo.
Pero lo que el padre no sabía, era que ella le tenía miedo y que lo había visto varias veces pasar por la puerta de su balcón y le parecía, feo, viejo y jorobado.

Una semana después comenzaban los preparativos de la boda por toda la comarca, banderolas y faroles, adornaban las callejuelas del reino y los habitantes buscaban sus mejores galas, para acicalarse por tan alegre ocasión.
La princesa no había dejado de llorar en toda la semana, el olor a vainilla recorría leguas a la redonda.

Con cara de angustia, vestida con sus galas nupciales y en una carroza de galletas y pirulíes llegaba a la catedral escoltada por su padre.
Observó que el bello corcel blanco, que tantas veces cruzaba su jardín, esperaba frente a la plaza.
La princesa caminaba; con su rostro mirando al piso, lentamente hacia el altar y pequeñas lagrimas caían por sus mejillas.
Durante toda la ceremonia no se atrevió a subir la cara y ver a su futuro marido.

Al terminar la misma sintió un beso achocolatado en su mejilla, que se mezcló con una de sus lagrimas de vainilla. Ella levantó la mirada y se encontró con los ojos azules más bellos y brillantes que había visto en su vida, eran de un azul pizarra intenso, luego observó que su cara no era fea, ni era viejo, el que se había convertido en su marido. El famoso Don Bartulio no era ni mayor, ni jorobado.

Al pasar los años, la princesa se fue enamorando de la sencillez e inteligencia de Don Bartulio quien desde el día que la vio cantar en su balcón, se enamoró de ella y siempre se disfrazaba para oírla cantar.

Se involucró mucho con su pueblo y en las fabricas de chocolate. Tuvieron 3 hijos y a la muerte de su padre unieron las tierras.

El reino comenzó a fabricar bombones y fue famoso el sabor a vainilla que curiosamente contenían, nunca los habitantes del pueblo contaron el secreto, las lagrimas de su princesa
que cortaba cebollas todos las tardes para recoger sus lagrimas y mezclarlas con la manteca de cacao para la confección de los deliciosos dulces y bombones de chocolate.

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